Las mascaradas de invierno se pueden definir
como celebraciones atávicas que poseen como común denominador, entre otras
muchas cosas, dos características principales: su celebración, al menos en
origen, se desarrollaban en torno al solsticio de invierno y la aparición de
determinados personajes enmascarados y/o disfrazados, todos ellos con una gran
carga simbólica.
El origen de estas mascaradas es incierto.
Para algunos autores hay que buscarlo en los ritos celtas, como veremos más
adelante. Sin embargo, otros (Julio Caro Baroja; Francisco Manuel Alves o
Alonso Ponga) se inclinan hacia un posible origen romano, estableciendo el
germen de las mascaradas modernas en algunas fiestas paganas: Saturnalia, Kalendas o Lupercales.
Con la consolidación del cristianismo las
autoridades de la Iglesia intentarán acabar con este tipo de prácticas. En un
primer momento la postura oficial será la de erradicarlas por completo. Sin
embargo, ante el fracaso de esta condena, las autoridades cristianas optarán
por la fórmula de la asimilación progresiva, adaptando los antiguos ritos
paganos a la religiosidad cristiana.
Una de las zonas más densas en cuanto a este
tipo de celebraciones es la comarca alistana, donde reciben el nombre común de Obisparras. Aquí la riqueza y variedad
formal de las mismas de deja notar en lugares como Bercianos (Desempradonamiento en las Bodas);
Pobladura y La Torre (La Obisparra);
Riofrío (Los Carochos); San Vicente
de la Cabeza (El Atenazador); Sarracín
(Los Diablos) o Villarino Tras la
Sierra (El Pajarico y El Caballico).
Juan Francisco Blanco[1]
enlaza el origen del término obisparra
con la antigua celebración del Obispillo, “inocentada
coral y consuetudinaria celebrada en las catedrales de España desde la Edad
Media”. A tenor de este posible origen queremos dar a conocer una nueva
aportación documental que ayude a los estudiosos para avanzar en el
conocimiento de estas tradiciones alistanas[2].
Se trata de una breve descripción de lo que entendemos podría ser una antigua
celebración en forma de obisparra y que aparece incluida en una de las
respuestas que don Francisco Enríquez de Almansa, I Marqués de Alcañices dirige
a los distintos concejos de los lugares de Aliste en uno de los muchos pleitos
litigados entre ambas partes durante la primera mitad del siglo XVI.
A tal punto trascribimos literalmente el
documento en la parte tocante a la reseñada información:
“[…] e
que así mismo estava probado e se probaría desde aquí adelante de cinco lugares
que heran llamados los villares del dicho tiempo inmemorial a esta parte abían
estado en costumbre estando el señor a la tierra de le dar cada un vezino de
los dichos lugares una carreta de leña e una carretada de paja que podría valer
cada carretada de leña diez mrs. e que la dicha paja no tenía estimación porque
no se aprovechan de ella sino del señor e que esta hera la costumbre e muy
antigua e que non abía otra razón sino la antigüedad e que a bueltas de la leña
e paja en días de fiesta e plazer hera costumbre antigua que el segundo día de
pascua de navidad se avían de juntar los vezinos de los dichos billares e que
hordenavan un obispo que iba a la villa de Alcañizas e que avían de matar un
pájaro pintado de los que ay a la dicha tierra con garrotes y no en otra manera
e que si no lo fazían que pagavan myll mrs. de moneda vieja e que heran diez
cornados un maravedí e que muerto el pájaro yban con el dicho obispo al señor
de la dicha villa e les avía de entregar la fortaleza e darles de comer e bever
a costa del señor e que pasado aquel juego e placer se bolbían con el dicho
obispo y davan con el a un charco de agua y lo remojaban bien y que así no se
podían dar razones a las cosas muy antiguas sino pasar con ellas como
antiguamente se avía fecho…”
Pensamos que la celebración descrita pueda
tratarse de un antecedente medieval del actual Pajarico de Villarino Tras la Sierra, por tres motivos
fundamentalmente[3].
En primer lugar, por la coincidencia en las
fechas. El segundo día de Pascua de Navidad que se cita en el documento se
corresponde con el 26 de diciembre, festividad de San Esteban, fecha en la que
tradicionalmente se ha celebrado El
Pajarico.
En segundo lugar, por la presencia del pájaro
como elemento central de la celebración. En la actualidad, como en el relato
antiguo, la costumbre dicta el sacrificio de un pájaro – suele ser un pardal
(gorrión) – que, puesto en lo alto de una estaca, El Pajarico exhibe por las calles del pueblo mientras recibe las
limosnas y donativos de los vecinos. Sin embargo, esta tradición no es
exclusiva de Aliste. En un precioso artículo publicado en el Anuario Brigantino[4],
el historiador Fernando Alonso Romero recoge ritos y tradiciones similares
diseminadas por otros lugares de España y Europa, y a las que supone un posible
origen celta. Por ejemplo, nos dice cómo en la isla de Man mataban a pedradas a un reyezuelo o petirrojo,
atándolo al extremo de una pértiga que llevaban en procesión de casa en casa,
para pedir dinero a los vecinos después de cantarles versos alusivos a la
cacería. Lo mismo ocurría en el pueblo gallego de Vilanova de Lourenzá
(Lugo) donde los vecinos en procesión, tras matar el pájaro, acudían al abad
del monasterio de la villa, quien los recibía repartiendo pan y vino. Vemos
aquí la similitud con la celebración alistana que hemos documentado. La
variante estriba en que en nuestro caso no es un abad sino el propio Marqués
quien actúa como “anfitrión”. En el caso gallego el profesor José Luis Pensado
Tomé vio indicios de una posible fórmula de vasallaje por la que los vecinos
hacían reconocimiento de su dependencia al abad. También pudiera aplicarse este
planteamiento a la celebración alistana.
Si admitimos un posible un posible origen
celta a estas cacerías no es menos cierto que en su evolución histórica aparecerán
nuevos elementos, bien romanos o cristianos, que distorsionarán su pureza
primitiva. Como elementos pre-cristianos pensamos que la entrega simbólica a
los vecinos de la fortaleza de Alcañices que se describe en el documento pueda
asimilarse a una forma evolucionada de fiestas como las Saturnalia romanas, que se celebraban en torno al solsticio de
invierno y en las que por un día los más desfavorecidos (esclavos) disfrutaban
de prebendas y sus papeles, en algunos casos, eran intercambiados con los dueños
(en nuestro caso los vecinos se hacían por un día con el símbolo del poder que
representaba la fortaleza de la villa y recibían comida y bebida a cuenta del
Marqués).
Con
la cristianización este tipo de ritos y celebraciones sufrirán cambios en su
desarrollo. La ordenación del obispo, ciertamente carnavalesca, que nos
menciona el documento debió ser uno de ellos. La Iglesia debió permitir la
aparición de estos personajes como forma de desvincular estas tradiciones, tan
arraigadas a nivel popular, del mundo pagano. Sin embargo, en la actual
celebración de El Pajarico de
Villarino no aparece o al menos no se ha podido atestiguar. Una posible
explicación habría que buscarla en las prohibiciones que la Iglesia efectuó a
lo largo del tiempo, temerosa por la ridiculización de personajes como el
obispo. Ya en las Constituciones Sinodales de las Vicarías de Alba y Aliste
(publicadas en 1613), concretamente en la Constitución III, del Título III, del
Libro II, se recoge la prohibición a que los clérigos no dancen ni bailen ni canten ni anden de noche por las calles ni se
disfracen ni salgan en máscaras de a pie ni de a caballo. Así mismo durante
el siglo XIX los recelos de las autoridades eclesiásticas se hacen extensivos
al resto de la población. Entre los documentos que lo prueban nos hacemos eco
de la circular expedida en 1827 por el chantre de la Catedral de Zamora, don
Pedro Tiburcio[5],
en la que se “prohíbe para
siempre en todas las Iglesias de las vicarias la misa nocturna llamada de
gallo, actos sacramentales, y toda clase de representación, que pase de un
sencillo ofertorio en el Acto de la Misa Popular: y el entrar en ellas y lo
mismo en procesiones las obisparras, y danzas, por más que digan defraudan a
las imágenes de sus limosnas y también el recoger en ellas los granos en sus
arcas paneras, y la sal para repartirla al Pueblo. Lo mismo que en el recinto
las reuniones concejiles, bayles, danzas, obisparras, juego de barra, volos,
canto, pelota, y de cartas; y en fin, el acto gentílico degradante de la humanidad,
llamado del baldeón con motivo de la concurrencia a la Iglesia, so cargo de los
Párrocos que tal permitan, a quienes autorizamos para llevarlo todo a debido
efecto…”. Posiblemente esta
actitud facilitó la desaparición de los “obispos”
en las representaciones alistanas, pero que quedarían fosilizados en la
etimología popular de estas celebraciones: de ahí el nombre genérico de Obisparras.
En cuanto al
“remojón” que recibía el dicho obispo suponemos también en este acto un
elemento purificador y renovador ligado a ritos antiguos en los que el agua
tenía un papel destacado. Es posible que la tradición por la que uno de los
jóvenes del pueblo, que ascendía en el escalafón social en calidad de “mozo”,
representara al Pajarico tenga que
ver con ese mismo carácter renovador. Tema que enlazaría con la ya citada
celebración del Obispillo en muchas
ciudades españolas.
Ya como último
motivo para asociar la descripción documentada con la actual celebración de
Villarino señalamos la coincidencia toponímica. En el texto se mencionan cinco
lugares que reciben el nombre de “Los villares”, aunque sin especificar su
ubicación. En el poblamiento medieval de Aliste es habitual la presencia de
estos villares, asentamientos de
menor tamaño que la aldea, que en ocasiones se agruparon formando parte de
entidades mayores con una mayor concentración en el hábitat, mientras que en
otras simplemente desaparecerían. No conocemos el devenir histórico de los
cinco villares señalados, aunque por los motivos expuestos, por la referencia
toponímica (Villarino = villar pequeño) y por su relativa cercanía a la villa
de Alcañices, pensamos que uno de ellos debe ser el propio Villarino Tras la
Sierra. Sin embargo, la escasez de documentación, la falta de un estudio
pormenorizado de la toponimia menor en Aliste y la ausencia de registros
arqueológicos, impiden por el momento ser más precisos en la localización del
resto de núcleos.
Esperamos haber
contribuido con esta aportación para un mejor conocimiento del patrimonio
inmaterial de Aliste, del que debemos sentirnos orgullosos[6].
[1] Vid. Blanco González, J. F., “Tiempo de
Máscaras: Los Carochos de Riofrío de Aliste (Zamora)” en Argutorio, nº 22, p. 59, primer semestre de 2009.
[2] Archivo de la Real Chancillería de
Valladollid, Registro de Ejecutorias, caja 713, nº 1.
[3] En esta entrada sólo nos
centramos en los aspectos relativos al Pajarico,
por su relación con el documento que analizamos, sin entrar a valorar otros
personajes de la celebración actual como El
Caballico o Los Zamarrones.
[4]
Vid. Alonso Romero, F., “La Cacería del Reyezuelo: análisis de una cacería
ancestral en los países célticos”, en Anuario
Brigantino, nº 24, 2001.
[5] Archivo Histórico
Diocesano de Zamora,
Sección parroquiales, Villarino Tras la Sierra, nº 91, libro 1º.
[6] Quiero agradecer su colaboración en la
preparación de este post a Pedro Gómez Turiel.
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