Que el insigne escultor Juan de Juni realizó
varios trabajos para la familia Enríquez de Almansa quedó suficientemente
demostrado en su día por el profesor Jesús Urrea, quien ratificaba la
atribución juniana de dos tallas que habrían pertenecido a diversos miembros de
los Enríquez[1].
La primera de estas imágenes es un Cristo
Crucificado, conocido como Cristo del Pasmo, que actualmente se conserva en el
convento de Santa Clara en Montijo (Badajoz), y cuya primera atribución a Juni se
la debemos al profesor Juan Serrano Pascual. Al entonces beaterio de Montijo
fue a parar en el año 1691 cuando su propietario don Cristóbal de Portocarrero
Guzmán y Luna lo trasladó desde el oratorio que tenía en sus casas de
Valladolid.
Don Cristóbal de Portocarrero era el IV conde
de Montijo, emparentado con el linaje Enríquez a través de don Ana Luna y
Enríquez, esposa y sobrina de Francisco Enríquez, I marqués de Valderrábano.
Éste a su vez descendía directamente por línea paterna de don Francisco
Enríquez de Almansa y doña Isabel de Ulloa, I marqueses de Alcañices, ya que su
padre fue Martín Enríquez[2],
tercer hijo de este matrimonio.
Cristo del Pasmo
En opinión del profesor Urrea las casas y
oratorio que menciona Cristóbal de Portocarrero y de donde procedería el Cristo
del Pasmo se identifican plenamente con las que los marqueses de Alcañices
poseían en la capital castellana, situadas en la antigua calle de la Cruz (hoy
conocida como General Almirante) y de las que ya hablamos en un post anterior. Basándose
en el probable período de ejecución de la obra (en torno a mediados del siglo
XVI) y en cómo a través de diversas herencias el Cristo pudo llegar a manos del
conde de Montijo, Urrea hipotetiza con la posibilidad de que el propietario
fuese el propio Martín Enríquez, aunque a día de hoy no contamos con pruebas
documentales que lo certifiquen.
Sí tenemos más certezas sobre la segunda de
las tallas que se atribuyen a Juni y que estaban en poder de los marqueses.
Se trata de otro Cristo Crucificado que
sabemos perteneció a doña Elvira de Rojas, mujer que fue de don Juan Enríquez
de Almansa, II marqués de Alcañices. La talla se puede contemplar actualmente
en la capilla mayor de la iglesia de San Pablo en Valladolid[3].
Tenemos constancia de esta propiedad por los
documentos que Martín González hizo públicos en su Miscelanea sobre Juan de Juni[4],
quien atribuyó acertadamente al escultor la autoría de un Cristo Crucificado
que poseían las monjas del convento de Santa Catalina de Siena en Valladolid. A
través de estos documentos sabemos que el Cristo de Juni fue donado en 1584 por
Luis Enríquez de Rojas, hijo de la marquesa, al propio convento tras recibirlo
en herencia a la muerte de su madre. Así aparece en la escritura por la que dona
un Crucifijo grande y dos imágenes de
pintura, la una de Nuestra Señora y la otra de San Juan Evangelista. Lo más
interesante para nosotros es la condición que pone el propietario para que la
donación a las religiosas sea efectiva: que este calvario fuese expuesto en el altar mayor encima del Sacramento y
en caso de no hacerlo así, pasen dichas imágenes al convento de San Francisco
de la villa de Alcañices[5],
donde estaban enterrados su padre y antecesores. Es decir, de no haber cumplido
las monjas este precepto el Cristo de Juan de Juni habría pasado al convento de
Alcañices, por lo que la villa hubiese contado entre sus tesoros con una talla
de primera magnitud y de uno de los más importantes escultores de su tiempo.
Cristo Crucificado de Juan de Juni en su emplazamiento original del convento de Santa Catalina de Siena
En la carta de donación que Martín González
publicó se señala que las imágenes habían pertenecido a la marquesa Elvira de
Rojas, quien las tenía en una huerta llamada de la marquesa de Alcañices,
situada en el camino de San Cosme y que don Luis Enríquez las habría recibido
en herencia tras su fallecimiento, trasladándolas a unas casas que poseía en la
calle de La Puente (actual Expósitos) de la propia villa de Valladolid.
No consta que la donación al convento se
hiciera efectiva pero la atribución del Cristo a Juni hecha por Martín
González, y posteriormente ratificada por Urrea[6],
y el hecho de que en el convento no se hayan documentado en el tiempo otros
crucifijos de tamaño parecido, parecen evidenciar la identificación de esta
obra.
Como hemos dicho la talla se encuentra
actualmente en la capilla de la iglesia de San Pablo y se considera obra
ejecutada por Juan de Juni, estableciendo su cronología dentro del periodo final
de su producción. Sin embargo, quiero dar a conocer un nuevo documento inédito
hasta el momento y que al menos serviría para encuadrar cronológicamente esta
talla. Se trata de un pleito que Luis Enríquez tuvo en Valladolid a cuenta
precisamente del Cristo Crucificado y de algunos otros objetos que heredaría de
su madre, a raíz de la venta que efectuó de la huerta y oratorio donde se
encontraban los mismos. A través de la carta ejecutoria de dicho pleito podemos
hacer un seguimiento aproximado de todos estos bienes a lo largo del tiempo,
contrastando, y ampliando, toda la información que hasta ahora conocíamos.
Efectivamente doña Elvira de Rojas compró una
casa y huerta[7]
situada en las afueras de la ciudad de Valladolid. En realidad fueron dos
parcelas que en las cartas de venta presentadas por Luis Enríquez en el pleito
se describen de esta forma:
Primeramente una guerta cercada de tapia con un majuelo de viñedo
dentro de ella que está al camino de Sant Gosmes con otro pedazo de biña que
sale al camino de Cigales, con su casa e olmenar e frutales e con todo lo demas
echo, edificado e mejorado dentro de la dicha guerta e viñedo, lo qual está
adelante del monesterio de Nuestra Señora de la Vitoria, término e jurisdicción
de la dicha villa de Vallid que alinda por la parte de delante al camino que ba
a Sant Gosmes e por la otra parte el camino rreal que ba a Cigales e por otra
parte guerta del monesterio de Santa Catalina de la dicha villa de Vallid e por
la otra parte uerta e majuelo cercado del Ldo. Nuñez, médico vecino de la dicha
villa de Vallid e de otras dos partes alinda todo con eredad e biña de
Sevastian Laso, vecino de la dicha villa de Vallid, lo qual obo e conpró la
dicha señora marquesa nuestra madre de Juan de Santa Cruz rropero e Ana de
Aguilar su muger, vecinos de la dicha villa de Vallid, segun se contiene en la
carta de benta que acerca de ello pasó ante Alonso Gutiérrez, escribano de su
Magestad a ocho dias del mes de novienbre de mil y quinientos y cinquenta e dos
años. Yten otra guerta rribera al camino rrivera de Sant Cosmes en el rrio de
Pisuerga de la dicha villa de Vallid e con sus fuentes aguas estantes e manantes
e plantas e arboledas e pesca de rrio y rribera e lo demas a ello anexa que
alinda por una parte con huerta rribera de Sevastian de Alzega, platero e por
otra parte con huerta del Ldo. Cabrera e por otra parte el dicho rrio de
Pisuerga e por otra parte el dicho camino que va a Sant Gosmes, la qual está
frontero de la dicha uerta e viñedo de lo susodicho y está entre medias del uno
e del otro el dicho camino de Sant Gosmes, la qual dicha señora marquesa
nuestra madre ubo e conpró de Juan López de Mediano, boticario e María Ortiz su
muger, vecinos de la dicha villa de Vallid, segun se contiene en la carta de
benta que acerca de ello pasó en la dicha villa de Vallid ante el dicho Alonso
Gutiérrez, escribano de su Magestad a nueve dias del mes de otubre de mile y
quinientos y cinquenta y tres años.
Al fallecer Elvira de Rojas estas
fincas pasan en herencia a dos de sus hijos, Luis y Pedro. Posteriormente, el día
13 de diciembre del año 1562, se hace efectiva la venta de estas propiedades a
Juan Estévez de Lovón. El problema surge cuando los dos hermanos reclaman a
éste último la posesión de diversos objetos que se encontraban dentro de la
casa, entre ellos el calvario que la marquesa poseía en el oratorio situado en
la huerta. Juan Estévez se niega a entregarlo arguyendo la legítima propiedad
de todos los bienes adquiridos, existentes en las fincas en el momento de su
venta.
El pleito se va a dilatar en el
tiempo, presentando los litigantes continuos recursos ante las diversas
sentencias del tribunal de la Chancillería. En una de las pruebas solicitadas
encontramos una valiosa información. Se trata de la visita que el día 24 de
agosto de 1567 hace el Licenciado Mardones, alcalde en la Chancillería, al
oratorio de la marquesa para comprobar por él mismo las condiciones en que se
encontraba. Todo ello lo refleja por escrito, haciendo una descripción
detallada de lo que allí encontró: que el
dicho crucifixo que está en la dicha capilla de la dicha huerta que está sobre
el altar que está en la dicha capilla, está puesto e asentado encima de un
Monte Calbario e asido en él, el qual dicho Monte Calbario está asentado sobre
el dicho altar e bueltas las espaldas del dicho Cristo con la cruz arrimado a
la pared donde está el dicho altar como por ello parece a que me rrefiero e
ansi mismo la ymagen de Nra. Señora a la del Señor San Juan que son de pinzel
tienen dos lazadas de cordel y están dos clavos yncados en la parte del dicho
altar y en ellos están metidas las lazadas de las dichas ymagenes con otros
clavos devaxo de ellas e a los lazos con que los sostienen como por ello parece
a que me rrefiero e ansi mismo los belos que están delante del cruzifixo e
ymagenes están dos clavos que están yncados en la pared con un poco de ellos
que buelben azia arriba y allí encaxa una barra de yerro por ella están las
presas que tienen los dichos belos e ansi mismo la porcelana en que se echa la
agua bendita que está a mano derecha como entran en la dicha capilla está asida
con la pared e metida parte de ella dentro del yeso.
La decisión final de la audiencia
vallisoletana se hará esperar hasta el año 1580, cuando dicte sentencia en
favor de Luis Enríquez (su hermano Pedro ya había fallecido) para que fasta diez dias próximos siguientes dexen
sacar libremente al dicho don Luis Enrríquez el dicho cruzifixo e ymagenes e
madera que estavan en la guerta que le vendieron el dicho don Luis Enrríquez e
don Pedro Enrríquez su ermano sobre que a sido y es este dicho pleyto e más se
las entreguen al dicho don Luis Enrríquez por sí y como eredero que es del
dicho don Pedro su ermano dentro del dicho término.
En resumen hemos visto cómo doña Elvira de
Rojas compró a Juan de Santa Cruz y Juan López de Mediano dos fincas situadas
junto al monasterio de Nuestra Señora de La Victoria de Valladolid allá por el
año 1552 y 1553, donde establecería un oratorio en el que se encontraba el
calvario formado por el Cristo y las dos imágenes de la Virgen y San Juan; a su
muerte son heredadas por sus hijos Luis y Pedro, quienes deciden vender estas
propiedades a Juan Estévez de Lovón en 1562. Tras el litigio con éste los
jueces conceden por fin la propiedad del calvario a Luis Enríquez en el año
1580, quien decide trasladarlo en un primer momento a las casas que tenía en la
calle de La Puente de la capital vallisoletana. Ya por último, en el año 1584
hace donación del Cristo y las imágenes al convento de Santa Catalina de Siena,
donde permanecerá custodiado por sus monjas hasta su traslado (no sabemos si
temporal) a la iglesia de San Pablo.
Esto sitúa cronológicamente la ejecución de
la talla del Cristo Crucificado en una etapa anterior a 1562, momento en que se
efectuó la venta de los bienes de la marquesa de Alcañices y por tanto en un
estado intermedio en la producción juniana. Es más, con esta información no es
aventurado pensar en la posibilidad de que doña Elvira de Rojas encargara a
Juni la realización de la talla con el objetivo de instalarla en el oratorio
que debió construir tras la adquisición de las huertas junto al Pisuerga.
Queda por tanto una vez más evidenciada la
relación que existió entre el escultor Juan de Juni y la familia Enríquez de
Almansa. No fue el único. Conocemos los estrechos vínculos con otro de los más
grandes imagineros castellanos. Aunque eso lo dejaremos para una próxima
entrada…
[1] Vid.
Urrea, J., “Juan de Juni
al servicio de los Enríquez de Almansa”, Boletín del Museo Nacional de
Escultura, nº 1, 1996, pp. 207-214.
[2]
Martín Enríquez de Almansa ostentó los cargos de virrey de Nueva España y
posteriormente del Perú entre 1568 y 1583.
[3]
Ante el forzoso abandono del convento por parte de las religiosas dado el
precario estado de las instalaciones del mismo, las tallas que allí conservaban
(algunas de indudable valor histórico y artístico) se han trasladado a la
iglesia y convento de San Pablo de Valladolid, por pertenecer éstos a la misma
orden, la de los dominicos.
[4]
Martín González, J.J, “Miscelánea
sobre Juan de Juni”, Boletín del
Seminario de Arte y Arqueología, 1977, pp. 211-212.
[5] Libro Becerro del Convento de Santa
Catalina, Valladolid, fol. 25. Se incluye en Martín González, J.J. op. Cit. p. 211 (nota al pie nº11).
También inserta este autor la carta de donación, pero aquí se equivoca al leer
Alcántara en lugar de Alcañices.
[6] Urrea, J., op. Cit.
[7]
Estas huertas y riberas, como se conocían,
no eran generalmente viviendas al uso sino más bien fincas de recreo utilizadas
por las grandes fortunas con fines recreativos y de descanso y para lucimiento
personal. Para más información sobre este tema ver Fernández del Hoyo, Mª. A.,
“A las riberas del Pisuerga bellas”, Boletín
de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, nº 40, 2005.
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