20 de mayo de 1559. Auto de fe celebrado en la Plaza Mayor de Valladolid. Treinta
reos son condenados al cumplimiento de diversas penas por el Santo Oficio. La
causa: su pertenencia a un foco luterano surgido en las entrañas mismas de la
capital castellana. De todos los condenados vamos a destacar a tres de ellos,
por la relación con el asunto que tratamos. Se trata del doctor Agustín de
Cazalla, su madre Leonor de Vivero y Ana Enríquez, hija de los II marqueses de
Alcañices.
Agustín
era presbítero, predicador y capellán de honor del emperador Carlos V. Formado
en las universidades de Valladolid y Alcalá de Henares. Se le considera el
cabecilla de la organización luterana.
Su
madre era Leonor de Vivero, casada con Pedro de Cazalla (ambos de origen
converso) eran padres de 10 hijos. Desde joven tuvo contacto con un grupo de
alumbrados liderados por Francisca Hernández en Valladolid. Posteriormente
desempeñó un papel crucial en la formación del grupo herético.
Por su parte Ana
Enríquez era hija de Juan Enríquez de Almansa y Elvira de Rojas, II marqueses
de Alcañices. En el momento del auto de fe contaba con apenas 23 años de edad.
Estaba casada con Juan Alonso de Fonseca y residía en la ciudad de Toro.
En
palabras de la propia Ana, tomadas de su declaración al licenciado Guigelmo, su
relación con los luteranos se produce por influencia de Beatriz de Cazalla (una
de las hijas de Leonor) y su tío fray Domingo de Rojas: “ Vine a esta villa (se
refiere a Valladolid) desde Toro por la Conversión de San Pablo e luego doña
Beatriz de Vibero me habló e me persuadió a que la verdad del espíritu y
salvación la había ya descubierto y que tenía certidumbre de su salvación e de
estar perdonada de Dios por solos los méritos de la pasión de J. C. […] acordé de esperar al Padre fray Domingo de
Rojas y estarme assí hasta que él me satisfiziesse y venido él en la Cuaresma
passada, con lo que me habló e me declaró todo lo de arriba que la dicha doña
Beatriz me había dicho…” [1]
Doña Ana debió
frecuentar la casa de doña Leonor de Vivero[2]
ya que en ella se desarrollaban los conventículos del grupo, aunque su
pertenencia al mismo debió ser breve puesto que al poco son delatados al
Tribunal de la Inquisición, que decide investigar y castigar su rebeldía.
Los
tres son condenados por ello, aunque su suerte es dispar. Estas fueron sus
penas:
Agustín
de Cazalla: degradación y entrega al brazo secular. Al haber abjurado fue
estrangulado en el garrote antes de lanzar su cuerpo a la hoguera.
Leonor
de Vivero: aunque había fallecido tiempo atrás se ordenó desenterrar y quemar
sus huesos.
Ana
Enrìquez: se ordenó que saliese al cadalso con sambenito y vela y ayunase tres
días, volviendo con su hábito a la cárcel y desde allí fuese liberada.
Era
el trágico desenlace final de la estrecha relación que mantuvieron. Sin
embargo, lo más llamativo y desconocido para mucha gente es que el vínculo
entre las dos familias hay que buscarlo mucho tiempo atrás. Y es que quién le
iba a decir a doña Ana (si es que no lo sabía) que precisamente las casas que
lo Cazalla poseían en Valladolid y que ella frecuentó fueron el origen del
enfrentamiento entre su abuelo Francisco Enríquez de Almansa, I marqués de
Alcañices y el marido de Leonor, Pedro de Cazalla. Así es, don Francisco debió
conocer mucho antes a Pedro y Leonor ya que poseía una casa próxima al
domicilio del matrimonio. Lo sabemos por el pleito celebrado en la Chancillería
de Valladolid[3] allá por
el año 1532. La disputa surge tiempo atrás, cuando Pedro decide construir una
tapia para cerrar la calle donde residía. Este hecho provoca las quejas airadas
de otros vecinos cercanos con casas en la zona, entre el ellos el propio don
Francisco. Éste pide a la audiencia vallisoletana que ordene el derribo del
cerramiento porque los vezinos de la
comarca henchían la calle de perros muertos y vasura y otras muchas
viscosidades que da un tan mal olor que los que entravan y salían a las dichas
casas que no se podían bivir y menos se podían pasar por la dicha calle a otras
partes y calle públicas de la dicha villa por estar como estava cerrada.
Aunque
no hay una referencia explícita podemos conocer de forma aproximada la ubicación
de estas casas. Hay un elemento que juega a nuestro favor y es que aún hoy se
conserva el nombre de una calle titulada “Doctor Cazalla”, que discurre entre
la actual plaza de San Miguel y la calle San Ignacio (haciendo esquina con San
Benito), que ha mantenido su trazado primitivo y que conocemos así por tener
allí su residencia la familia homónima. Lo de Doctor Cazalla en realidad fue
una modificación de su nombre anterior llevada a cabo por el ayuntamiento en el
siglo XIX. Hasta entonces se tituló como “Rótulo de Cazalla” (así aparece
nombrada en el plano completo más antiguo que se conserva de la ciudad,
conocido como de Ventura Seco y realizado en 1738)[4]
debido a que allí la Inquisición ordenó derribar y sembrar de sal las viviendas
de los Cazalla y colocar en el solar resultante una inscripción recordatoria de
estos sucesos para ejemplo posterior de vecinos y transeúntes que por allí
pasasen.
Ilustración 1: “Rótulo de Cazalla” Fotocomposición de Juan
Carlos Urueña en Rincones con fantasma.
Un paseo por el Valladolid desaparecido.
Sabemos que estas casas
debían situarse en el actual número 4. Por las declaraciones del pleito el
cerramiento se produce justo enfrente, en la
calle que avía desde las dichas casas del dicho Francisco fasta la calle que
yba a dar a San Benito, que hera de larga de setenta pies e de ancho quarenta
pies. Sabemos también que la calle debía estar poco transitada, tener poca
vecindad y que las viviendas del Marqués estaban contiguas al muladar donde se
lanzaban los desperdicios, cuyo solar debió comprar Pedro de Cazalla al
monasterio contiguo de San Benito.
Con
estas premisas deducimos que las casas del Marqués se situarían en la manzana
que actualmente forman las calles Doctor Cazalla, San Benito, General Almirante
y San Antonio de Papua, posiblemente en alguna callejuela hoy desaparecida.
El
pleito terminaría de forma favorable para los intereses de don Francisco ya que
el juez revoca una decisión anterior y ordena a la parte contraria derribar la
tapia que había construido, liberando el paso por la calle y dejándola en las
mismas condiciones en que se encontraba anteriormente. No hemos podido
averiguar el destino de estas casas; ni siquiera aparecen en el testamento del
Marqués. Podría haberlas vendido en un momento anterior, aunque es cierto que
una de las declaraciones que fueron tomadas a Ana Enríquez se produce en la villa de Vallid (Valladolid), en la huerta de la marquesa de Alcañices,
por lo que puede hacer referencia a estas viviendas.
Ilustración 2: Calle del Rótulo de Cazalla en el plano de
Ventura Seco (1738).
Sea como fuere nos interesa aquí resaltar la vinculación entre ambos. Ninguno de
los dos hubiera podido adivinar en esos momentos que años más tarde los hilos
del destino volverían a unir el camino de las dos familias, los Enríquez de
Almansa y los Cazalla; ni que su historia llegaría al gran público en forma de
novela a través de la pluma de uno de los grandes escritores en lengua
castellana[5];
pero sobretodo ninguno podría imaginar siquiera que la intolerancia y el miedo
vencerían a la razón y la muerte y el oprobio caerían como una pesada losa sobre
sus seres queridos.
[1]
Menéndez Pelayo, M., Historia de los heterodoxos españoles,
libro IV, pp. 276-277.
[2]
“Al doctor Cazalla oy
dezir quando he dicho que le vi en casa de su madre delante de ella y de Fray
Domingo y doña Mencia de Figueroa y de sus hermanas doña Constança y doña
Beatriz…” en Archivo Histórico Nacional,
Inquisición, 5353, Exp. 9.
[3]
Archivo de la Real Chancillería de
Valladolid, Registro de ejecutorias, caja 524, nº 31.
[4]
Durante la Edad Media esta calle se denominaba de San Julián y San Miguel. En
un documento de principios del siglo XVI también se refieren a ella como de
“Los Herreros”.
[5]
Miguel Delibes trató este
tema en su novela “El Hereje” (1998).